COMO ME LO CONTARON: un idioma arrecho (anécdotas de Venezuela)

El trayecto desde el aeropuerto de Maiquetía hasta la ciudad de Caracas dura aproximadamente 45 minutos. El chofer del taxi se pasó los 45 minutos advirtiéndome de todo lo que no se podía decir en Venezuela porque era «malo». Era como si había que quedarse mudo, porque no se podían usar palabras comunes y corrientes, y dos de las más insólitas que yo recuerde son  el verbo «coger» y «cuchara».

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Dos días después de mi llegada a la ciudad de Mérida me invitaron a una filmación. Me senté al lado de una actriz venezolana que inmediatamente inició una conversación. Más bien fue un monólogo porque yo solo me dediqué a asentir y a emitir algún que otro sonido gutural.

El uso aparentemente indiscriminado de la palabra «arrecho» (que nunca antes había oído) y su familia -arrechera, arrechísimo- me provocó un gran desasosiego y estrés.

No entendí un carajo.

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La productora de uno de mis cortos de animación que hice en Mérida me dijo un dia:

«cachicamo diciéndole al morrocoy conchudo»?

Estuve un buen rato tratando de descifrar cuantas palabras eran en total, y el significado de todo aquello. Es lo mismo que «los pájaros tirándole a la escopeta», que dicho sea de paso, para un venezolano esto quizás suene muy porno…

Y si lo estás leyendo, mi productora estrella, te mando un beso.

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Una señora que trabajaba de secretaria me atendió en una ocasión. Era una mujer bella y dulce, con unos enormes ojos azules y un caracter espectacular.

Mientras esperábamos que llegara su jefe la llamaron por teléfono. Y en la conversación, con aquella voz dulce, aquella bella señora dijo, con tremenda naturalidad:

…»eso está bien de pinga»…

Aún me dura el trauma.

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Estaba viviendo en una posada en la ciudad de Mérida, frente al «Parque de las 6 bolas» (nombrado así porque tiene una estatua de un personaje parado en una base con una bola en cada punta…).

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En casa una de las esquinas había un carrito de venta de perros calientes y hamburguesas.

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Hice amistad con el que más cerca quedaba de la posada. El tipo, que había tenido un entrenador de lucha libre cubano, ofertaba todos los días algo distinto al primer cliente que apareciera.

Como el tipo no tenía horario fijo para abrir su vendutta, nunca podía tumbarle su oferta.

Me puse para eso, en serio, y se lo dije. Pero nada. Un día lo velé y lo velé y lo velé, pero tampoco.

Cuando pasé por al lado ya habían unos cuantos comensales en fila, y le grité:

Hoy no pude, pero no te preocupes que yo te cojo!»

Seguí caminando y de pronto me dí cuenta de lo que le había dicho en venezolano.

Menos mal que el tipo estaba familiarizado con la manera de hablar de los cubanos…

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Una tarde le dije a mi jefe en voz alta: «voy a coger un carrito allá abajo»  y todos los venezolanos hicieron un coro de «aaaaaayyy»!

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Queriendo probar todas las tentadoras propuestas de una panadería venezolana en los bajos de donde vivía, me hice el propósito de todos los días comprar algo distinto.

No pude cumplir el objetivo.

No supe como pedirle a aquel personaje que estaba parado frente a mí, con aquella ropa toda manchada y aquella corpulencia toda sudada que me diera dos besitos

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Tampoco nunca pude comprar en una carnicería un «muchacho redondo»… qué es eso? Acaso esta gente son caníbales o qué?

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Trabajé en un salón abierto y espacioso junto a otros que también hacían gráficas y afines. Un buen día contrataron a una muchacha para trabajo de oficina, pero como no cabía en las oficinas -la compañía estaba creciendo- la pusieron en el salón donde yo trabajaba.

El único que no se ponía audífonos para trabajar era este servidor.

Los que hacemos gráficas en computadora hacemos un click con el mouse de Pascuas a San Juan, y a ese sonido ambiente ya yo estaba acostumbrado, pero los que hacen trabajo de oficina teclean constantemente. Y esto fue lo que comenzó a pasar en el salón con la llegada de esta muchacha.

Yo sentí que algo me estaba molestando, que no me dejaba concentrarme y de repente, de pronto me viré hacia ella y me salió esta expresión de lo más profundo:

coño, te pareces a Cuquita la mecanógrafa!

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A medida de que las palabras salían de mi boca intenté recogerlas pero fue demasiado tarde.

Aquella muchacha, delgada, bonita, educada, concentrada en su trabajo, se quedó congelada mirándome sin saber que hacer. Se puso pálida mientras el coro de hijosdeputa exclamaba: UUUUUYYYY!

Me arrodillé a pedirle perdón y le expliqué de que Cuquita la mecanógrafa era un personaje de las tiras cómicas que salía en una revista cubana y que incluso a mi abuela le decía «Cuca», pero mientras más explicaba era peor.

Estoy seguro de que me perdonó, pero pasó un tiempito…

Y si lo estás leyendo, mi amiga, te mando un beso.

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