COMO ME LO CONTARON: El Antenólogo»

«El Antenólogo» -como he decidido llamar a este personaje con el trabajé durante muchos años- era -o es- un fanático a las antenas de TV.

Su objetivo era tener acceso a la TV americana para ver la prohibida programación del enemigo, como lo hacíamos muchos de nosotros cada vez que podíamos, en Cuba.

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La primera vez que me invitó  a su casa -creo que era en Santos Suarez- me llevó hasta el techo del edificio de 3 pisos. Allí se levantaban orgullosas 16 antenas -todas distintas-  que apuntaban a distintos lugares de los Estados Unidos (nunca se sabía de dónde podía venir la señal) todas sujetadas firmemente por los vientos, erguidas sobre altos mástiles para evitar edificios altos que entorpecieran la recepción..

De las 16 antenas salían 16 bajantes de 300 Ohms que coincidían en la parte de la azotea que daba a la ventana de la sala de su casa. A partir de ese momento bajaban todos en perfecta formación paralela hasta la ventana, donde los 16 bajantes terminaban en un macho. De su televisor Krim en blanco y negro salía un pedazo de bajante que terminaba en una hembra. Solo había que comenzar a probar 1 a 1 cada antena para tratar de ver algo del vecino del Norte.

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A continuación comparto este cuento que me hizo El Antenólogo , tal y como lo recuerdo.

Mi amigo fue a ver a otro antenólogo que vivía -o vive- cerca de Zapata y 12. Este, que era tan entusiasta y más loco aún, vivía en la planta baja de un edificio de 3 pisos.

Desde la azotea de ese edificio se podía ver que había un edificio que estaba atravesado impidiendo una posible clara señal, por lo que el tipo metió un mástil de no-se-cuantos metros de altura para tratar de esquivar este escollo.

Después habló con los vecinos de los dos pisos superiores -todos se conocían y vivían en el mismo lugar por años-  los que le dieron permiso para atravesar una extensión del mástil desde la azotea hasta su casa, por lo que tuvo que perforar los dos techos y los dos pisos (no sé si hubo algún otro arreglo con los vecinos).

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Ese mástil lo llevó hasta la sala de su casa. En el mástil, pegado al techo, le metió un tornillo que sobresalía suficientemente, para que hiciera la función de dial. En el techo alrededor del mástil, dibujó una circunferencia en la cual posteriormente hizo unas marcas para que el tornillo fuera indicando hacia que parte de los Estados Unidos miraba la antena cuando él la girara.

Para girar la antena con comodidad y precisión, al final del mástil le enganchó un timón de un viejo carro americano.

Para hacer todo más cómodo puso un viejo pero confortable sillón al lado del timón, haciendo que este último le quedara al alcance de la mano.

Y finalmente, para corroborar que la inventiva de cubano necesitado no conoce límites y que no come envidia, sacó los controles del chasis del TV ruso marca Krim y los metió en el brazo del sillón, para así tener un «control remoto».

Nunca he tenido ninguna duda de la veracidad de este cuento.

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